lunes, marzo 13, 2006

ni chicha ni limoná



16:45. Esa pobre chica de nariz respingona que se balancea en una esquina de la planta de traumatología nunca había estado tan cerca de la muerte. Cuando la enfermera cuarentona de zuecos blancos se llevó la camilla del viejo cadáver, suspiró aliviada.
Por otra parte, no había sido para tanto, sólo un par de pensamientos desagradables que pasaron a mejor vida cuando el mozo de obra que cambiaba los fluorescentes volvio a tensar sus gluteos para plegar la escalera.

Ella se irá, pasará su padre después. Una vieja gritaba al final del pasillo. La fluorescencia, ya reparada, seguía siendo testigo del ciclo humano en su decadencia, tan constantemente (50 hertzios) que su comprensión y estudio podrían aportar claves interesantes.

17:17. La pobre chica de nariz respingona amenazaba, de farol, con emprender el llanto en cualquier momento. Cuando estaba a punto de reparar en mi, el pasillo de traumatología se estremeció con el paso zancudo de dos ballenatos con título.
Otra vez sera, no importa mucho. Pero ella tenía gafas y los ojos rojos, y la irremediable tristeza del hospital, la hacía aún más atractiva.
Se estaba poniendo nerviosa, seguramente porque sabía que no dejaba de mirarla, de imaginarme como sería en la cama y cuantos orgasmos sería capaz de soportar.

17:32. Era evidente que su padre la había dejado en ridículo, intentaba por todos los medios esquivarme la mirada, sonreir a la vieja esquelética y demente que yacía en la camilla que le obstruía le paso, la escapatoria al acoso.
Cuando Carolina, la vieja esquelética y demente, fue trasladada y dejó el camino libre, huyó de mi asquerosa compañía mientras una señora madura parloteaba sobre la muerte y los azulejos blancos.
Ya volveras. Todas lo hacen.

17:40. Hace una hora que ya debería estar radiado.
El abrigo de tergal de la pobre chica de nariz respingona deambula por la sección del pasillo que escapa a mi control. Por esa zona he visto ya una baldosa suelta.
Hay bronca al final del pasillo y la pobre chica de nariz repingona levanta un segundo la vista del suelo, justo en el momento en el que una morena neumática restriega sus cachas por mis córneas. Demasiada presión. El abrigo de tergal se precipita hacia un abismo de bochorno y en su inexorable caída, choca con la puerta de la cabina 3, sala 19 de la sección de traumatología.
Vaya hombre, la lucecita roja, (de peligro, claro) indicaba que el plomo de contención gamma, ejercía a pleno rendimiento.
Al abrirse la puerta, además del grito de la enfermera interina, un alud de rayos letales inundó el pasillo de la planta baja de la sección de traumatología.
Curioso efecto. Toda la masa ósea humana en el radio de acción, se proyectó contra la pared derramando su excedente cárnico sobre el piso. Miles de radiografías al instante. Al más puro estilo fotomatón.
Ale, y a tomar por culo la lista de espera. Todos servidos.
18:00. La pobre chica de nariz respingona no estaba fingiendo.
Cuando su madre salió de la sala 5 (mamografías) y celebró sosegadamente que no tenía nada, la pobre chica de nariz respingona llenó sus ojos de lágrimas y emprendió el llanto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los hombres ya no caminamos con las manos en los bolsillos, ni enfundados en chaquetas del ejército de liberación, silbando aires imaginarios de camino a casa.
Ya no hay nadie que se fije en la chica de nariz respingona.