martes, abril 24, 2007

Viaje III: La varroa







El panal de las abejas era un sitio tranquilo hasta que llegó la varroa con sus gilipolleces.
Cuando el viejo cura se dio cuenta ya era demasiado tarde,
más preocupado en repatir el jamón de la pata, ni si quiera fue él quién vio la primera.
La vio aquel niño, que deseaba extinguir a todos esos insectos repugnantes.

Si llega a saber que el acaro podía ayudarle en su labor, habría encontrado la manera de alimentarlo, asumiendo incluso el riesgo de que se extendiese a los humanos.

El panal de rica miel de los cojones y los demonios zumbadores amenzando continuamente, mirando con sus miles y millones de ojos estupidos y destilando su estupidez inconsciente en el almibar de los raquíticos estomagos de sus esclavos.
¡Ojala estuviérais todos muertos!

Por aquel entonces se comprendía ya el porqué de la sociedad, y comenzaba a intuirse la terrible prisión en la que la varroa se alimentaría glotona del palmitato de metilo y la hemolinfa, debilitando el organismo e impidiendo la llegada de oxígeno a las extremidades vitales.
Aquella alabada estructura no era otra cosa que la proyección de los cerebros ateridos que llenaban su cabeza. Nada más que un intento de universalizar la desesperación de saberse encerrado.



Sólo el humo aterraba a los insectos, los hacía huir, el humo... 
y el niño cuando lo comprendió, se sintió feliz.






domingo, abril 22, 2007

miércoles, abril 11, 2007

Viaje I