Me he pasado la mayor parte de mi vida metido en un cubo de hormigón.
Elevado a unos 30 metros del suelo.
Una tercera parte de brazos cruzados,
mirando por la ventana.
El resto tratando de poner en orden mis pensamientos.
Si miraba fuera era porque llovía;
alguien pasa con la seguridad inocente de un paraguas añadiendo dimensión a una plaza regada con la luz pegajosa y naranja de las lámparas de mercurio.
Y también hay misterio sincopado de sombras detrás de las ventanas que están aún encendidas:
el Gran Mono siempre persiguiendo su lógica de bola cristalina.
Y los vecinos discuten.
No, follan.
No, discuten.